Sala Manuel M Ponce de Bellas Artes

Jazz

Por lo tanto... jazz

Sibila de Villa

Antonio Malacara

Cuando toca el saxofón, la de Sibila de Villa es una pasión manifiesta, evidente, perpetua, que se esparce frontal y sin recato por todos lados y un poquito más allá, contrastando con la virtual timidez de la joven maestra, que nunca termina de asomarse bien a bien a este planeta y que prefiere compartir su música desde algún lejano rincón. Desde ahí, ocasionalmente (nos) sonríe entre la emoción y el agradecimiento.

El pasado viernes 9 de abril comenzó el ciclo Por lo tanto… jazz, organizado por la Coordinación Nacional de Música y Ópera del Instituto Nacional de Bellas Artes, y para ello, el trío de Sibila estaba programado en la sala Manuel M. Ponce. Teníamos que estar ahí; pero como no habíamos localizado a los encargados de prensa, llegamos una hora antes del concierto para comprar nuestro boleto. Y tenga. Ya todo estaba agotado. Subimos las escaleras con el ánimo arrodillado, mientras la gente preguntaba si me sobraba algún boleto. Afortunadamente, los argumentos periodísticos nos abrieron la puerta.

La saxofonista estaba flanqueada por dos celebridades (me emociono, pero no exagero): Rosino Serrano al piano y Víctor Flores en el contrabajo. Ella entró seria, casi hierática, tomó el sax alto y lentamente lo arrastró hacia los claroscuros con que se irían construyendo, una a una, todas las atmósferas de la noche. Siempre anhelantes. Siempre en movimiento. Sin prisa y sin pausa.

Volvían a aparecer varios de los temas incluidos hace tres años en Camposanto, el primer disco solista de Sibila: El último beso (Agustín Lara), ¿Por qué? (Jorge del Moral), Muy a mi pesar (Armando Manzanero), Quiéreme mucho (Gonzalo Roig), Toda una vida (Osvaldo Farrés). Se armaban nuevos arreglos y se mantenían los principios de búsqueda, encuentro e improvisación. No se trataba (no se trata) sólo de jazzear el bolero, por supuesto: en medio y en la periferia de estas tres voces privilegiadas hay toda una carga conceptual, una enorme intención expresiva que se cuida de las piruetas de circo y se mantiene sobria, serena, pero invariablemente intensa.

Sibila paseaba su personalísimo aliento entre el sax alto y el soprano, con soltura y a buen resguardo. Las cuerdas del piano y del contrabajo iban más allá del diálogo con ella y parecieran cobijarla y conducir el viaje. En un momento, fuera de programa, Rosino Serrano se quedó solo en el escenario y tocó La noche que cayó la bomba, composición propia que el maestro estrenó por 1985, en la época en que empezaba a gestarse la leyenda de la Banda Elástica.

Llegó después algo de Mingus, algo de Coltrane. Con el primero la dinámica surgió inmaculada, con el segundo hubo un fugaz encontronazo entre Flores y Serrano. Pero el vértice, el momento, llegó cuando el contrabajista volvió a salirse del programa. Volvió a sacar el arco y, a solas, se dejó ir en la belleza de una danza lenta, probablemente una zarabanda (nunca pudimos identificarla y Víctor no es localizable). Con enorme virtuosismo (y que valga el pleonasmo), la nostalgia fue llevada a los extremos y nos dejó fríos. Es entonces cuando se agradece estar en esta tierra y en este instante para poder ser parte de esta hipnosis colectiva.

Hubo más, llegó un tributo a Ponce con Marchita el alma, llegó un Summertime con aroma de tango, llegó un encore del Güero Gil con Sin un amor, llegaron las flores, los bravos, las aclamaciones. Salimos del Palacio de Bellas Artes como en trance, pero regresamos a la realidad de un solo golpe, cuando la taquilla del estacionamiento nos anunció lo que debíamos.

Al día siguiente quisimos hablar con los guías-acompañantes de Sibila, pero Rosino se había ido con Eugenia León y Víctor con la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México. Nos aguantamos las dudas y las ganas.

Por lo tanto… jazz seguirá todos los viernes, sábados y domingos de abril, en la Manuel M. Ponce y en el Museo José Luis Cuevas. Ahí estarán Héctor Infanzón, Eugenio Toussaint, Roberto Aymes, Édison Quintana, Salvador Merchand, Agustín Bernal, la Sociedad Acústica, Lourdes Ambriz (la misma), Germán Bringas, Roberto Limón y muchos otros etcéteras de este nivel. Para más detalles puede ir a www.musicayopera.bellasartes.gob.mx.

No todo en esta administración está de cabeza. Salud.

Graduación UNAM. Mayo 2009

Décimas pá no estar solo

De noche suena ligero
como fuga pasajera
palomita mensajera
con sonido de jilguero
llévate a este mensajero
y toca mi alma corazón
poniendo a flote la emoción
suéltale cuerpo un suspiro
vida dale un nuevo giro
bésame, alma de saxofón

De noche fueron tus ojos
ese universo y destino
la suerte tuvo su tino
y bajó hasta tus hinojos
se disipan los enojos
descarga cuerpo la pasión
suspiro, pierdo la razón
tus manos me evocan suerte
remedio para la muerte
bésame, alma de saxofón

Décimas pa no estar solo
pa´ recordar tus besitos
y perderme en tus ojitos
no se lo digo con dolo
no tengo nada pal bolo
lamento, voz de ese acordeón
el problema es de afinación
la voz se corta si canto
muda se quedó de espanto
bésame, alma de saxofón

Era mi día de suerte
te cruzaste por mi vida
me lamí bien esa herida
la conmoción era fuerte
entonces quise tenerte
me convertí en resignación
entre sábanas buscaba
ese aroma que me ataba
y en la espera, la emoción, sí
tócame alma de saxofón.

Luis "Torito" Curiel

"Camposanto.
Silencio por descifrar la vida.
Viento resonando en murmullo melancolía,
como aquel beso eterno, imposible de arrancar"
Sibila.



“Por qué”
La cantaba mi abuela, la canta mi madre de una bellísima manera. Esta canción fue llenando de luz los rincones del tiempo, las reuniones familiares, de amigos, de alcohol y amaneceres. Supe que la grabaría cuando en mi estudio y en mi soledad, resonaron en infinito las cuerdas del piano en simpatía con mi saxofón. (Técnicamente, se mantiene el pedal sustain del piano. Esto permite que las cuerdas queden suspendidas en el aire y al recibir las ondas sonoras del saxofón, vibren en perfecta armonía. Por ello se dice que vibran en simpatía…en un solo abrazo). Entendí de inmediato que las manos y magia que rebasarían mi felicidad, tendrían que ser las de Héctor Infanzón y el hermosísimo piano que abarca prácticamente toda su habitación. De inmediato accedió y se dejó llevar por mi necedad de ser. Resultaría imposible poner en letras y palabras la admiración que tengo por él. Senderos y encrucijadas de tantos años. Pero es hasta ahora que coincidimos en un mismo camino pintado de armonía y respeto, de escuchar, callar, perder y encontrar. En esta grabación aprendí a enfrentar a mis propios demonios llenándolos de besos y cantos, a danzar con ellos sin ritmo ni pausa. Estaba simplemente frente a tantos sonidos encontrando en el silencio una razón más para existir. La introducción evoca el respiro profundo que esconde el infinito interior, después deshojamos el tema, nos extraviamos en una improvisación que nos llevó a conocer la ternura del otro, cerramos en círculo al terminar en el punto exacto del comienzo. Nos extraviamos al explorar nuestros secretos y al ser cómplices de la ausencia que fue dejando aquel mes de enero.

“Muy a mi pesar”
Terminaba de grabar el programa de Armando Manzanero en el canal 22, cuando me acerqué al maestro para expresarle mi deseo de incorporar uno de sus temas en mi disco. Tenía pensado grabar “El Ciego”, tema que me ha acompañado desde siempre en mis primeros solos de saxofón. Le pregunté los procedimientos para entender los derechos de autor, me contestó que sólo tenía que grabarlo, nada más…entonces vino un silencio y luego la magia: me dijo en su hermoso tono yucateco que tenía un tema inédito y que le podría quedar muy bien al saxofón soprano, preguntó si lo quería, la respuesta era evidente. Claro que lo quise y cada vez lo quise más. Perseguí a sus asistentes por más de dos semanas hasta que recibí un caset con el maestro al piano tarareando la melodía. Nunca supe lo que el texto decía, pero los sonidos me fueron suficientes. Entonces pensé en los amigos músicos: Rosino Serrano, haría arreglo y piano, Álvaro Bitrán desgarraría la profundidad con su chelo. El resto del camino trazado para llegar al punto de la grabación, fue un laberinto interminable difícil de transcribir. En varios momentos estuvo a punto de perderse la energía vital que había dado vida a este impulso. Los tiempos no coincidían, las ganas se revertían, las distancias eran abismales y los tiempos para ensamblarnos simplemente no existían…una profunda enseñanza de paciencia y coherencia…un día acaricié la posibilidad de cancelar esta pieza y justo en ese momento se atravesó una carta que remarcaba y recordaba las miles de razones por las cuales había juntado este universo. Seguí adelante. En un par de semanas se produjo un espiral fuertísimo hasta finalizar el momento de la grabación. Todo lo que no se había movido en meses, se fundió en esos pocos días. Fue lindísimo. La pieza era corta y al mismo tiempo infinita…el tema, que va siendo deshilado por mí, lleva un constante diálogo amoroso con el chelo. El piano…un puente donde asir el corazón. Lograr afinar mi saxofón junto a un músico de la altura de Álvaro, no fue cosa fácil. En su momento me olvidé de ello, puse las manos en el instante profundo que da la esperanza y dejé que la impactante entrega de estos dos músicos, me arrastrara a ese rincón donde sólo caben los sueños.

“El último beso”
Leonardo Sandoval tiene la capacidad de conjuntar mis universos en uno sólo y desde ahí, arrastrarme al borde del llanto. Siempre ha sido así. 20 años atrás invadió mi espacio abriendo la puerta a ese abismo sonoro imposible de cerrar. Era claro que necesitaba de su oído absoluto, de su entrega fugaz, de su sonido en furia y su grito en cascada. Encontrar la pieza que nos uniría en un solo respiro llevó tiempo. Pasaron noches de vino tinto en “Las Lupitas”, hubo testigos, amigos, letras, canciones, la muerte del amigo, su sombra y ese vacío que aniquila. Vi en los ojos de Marcial Alejandro el hueco de la ausencia, el dolor imperceptible pero imposible. Así pasaban las madrugadas, así se iba ensamblando lo que más adelante quedaría atrapado en el tiempo. El cotidiano continuaba, los viajes y las ausencias. Entonces apareció la canción de Agustín Lara que encajaba perfecto en esta historia. El entendimiento fue como siempre lo había sido: evidente. La grabación fue un instante eterno, una sola toma en un profundo respiro…y siempre, al borde del llanto. La mirada sentenció lo que ya estaba dicho. Escuchamos la grabación y desaparecimos entre la bruma que provoca el silencio. Pasaron semanas para que me sentara a escuchar en calma la grabación, tenía un cierto miedo a lo indecible, pero todo estaba ahí y estaba bien. La textura del saxofón era arrebatada, el sonido se ahogaba en su propio laberinto, el piano…una entrega absoluta. Tenía al fin, la complicidad que tienen los besos cuando no imaginas que uno de ellos podría ser el último. Tal vez vuelvan a coincidir mis sonidos con el ir y venir de Leonardo Sandoval, tal vez no…por lo pronto, estaré en permanente espera.

“Quiéreme mucho”
Con Agustín Bernal uno aprende a permanecer en silencio…esperar a que las interminables cuerdas y su bello discurso lo llenen todo. Abismo…dos líneas melódicas abarcando tanto espacio, un mismo respirar y la certeza de remarcar todo aquello en lo que uno cree. Me falta el aliento y no tengo claridad. La vida avanza un paso adelante riéndose de mí. Sólo el grito que se esconde en el centro del corazón, es capaz de sacudir la huída. Seguimos en pie. ¿Qué tanto sabré querer? Resuena mi extraviado saxofón en súplica y en secreto, quiéreme mucho y tanto, que mientras la vida va pasando detrás del misterio, yo voy averiguando dónde acomodar aquel amor que le roba el suspiro a mi esperanza.

“Toda una vida”
Ciudad. Gritos y lamentos. Laberinto de sonidos imposibles de olvidar. Un organillo que penetra sin piedad y una historia atravesando el mar. El canto permanece. ¿Cómo se descifra el tiempo, el alma y la profundidad de un sonido así? ¿Cómo se invade y por qué hacerlo? Porque hay que gritar para sanar lo andado. Por irrumpir y violentar la inmovilidad. Así fue que acuchillé aquel sonido de calle y misterio, navegando por las heridas del infinito citadino. Fui tejiendo entre aquella resonancia los ecos de mi entendimiento, fui descubriendo dónde embonar, dónde permanecer, dónde finalmente renacer de la furia incontrolable de seguir aquí. Así pasan los días, con el corazón a la espera de que esta vida, siga siendo suficiente.

“Vete de mí”
Huir hacia ningún lugar. Que de los laberintos del corazón, no hay por qué escapar.

“Bésame mucho”
Cuando llevamos en el aliento la letra de esta canción, la melodía se incrusta como un suave tatuaje entre sangre y piel. La ternura vuelve a ser el hilo invisible que marca el sendero hacia ningún lugar. Espacio perdido entre mi abrazo y el vacío. Y así como sólo existe un par de cicatrices que embonan perfectamente en mis antebrazos, así mismo sólo existe un par de labios capaces de fundirse en mi respirar. Canadá…más lejos no me pude escapar. La reconstrucción de todo lo que había sido hasta entonces. El ir juntando los pedazos del alma rota, ensamblarlos cuidadosamente y asirlos a la música. La distancia es insoportable. La lejanía y la espera, goteo candente dentro de la herida. De pronto, aves naciendo por debajo del hielo, vuelo extendido en caída libre. Y ahí estaba yo, encontrando el lugar exacto dónde pertenecer. Besando el sonido, la tierra, la palabra, la incertidumbre y la humedad. El camino se había enderezado y sabía por dónde caminar. Don Thompson… nunca tuve un maestro mejor. Me empujó al abismo y me enseñó a levantarme una y otra vez hasta hacer cicatrizar la duda. Cada sonido, por absurdo que fuera, era el mío y esa era la justa dimensión de su valor, al menos lo era para mí…lo sigue siendo. El maestro me acompañó en mis últimos respiros por aquellos lagos de voces sin ruido. Por la nieve interminable de la espera, eco transparente del llorar. Había llegado el tiempo de volver, el aire tibio, la mirada puesta al Sur. Tuve que decir adiós y dejar atrás aquel abrazo frágilmente construido. Pero tenía una deuda inmensa de besos que pagar y a mi regreso, un par de labios dispuestos a recomenzar.

Sibila de Villa 2006